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... ------Publicado por: Ingrid Toro 11a ---- ?????????
------Publicado por: Ingrid Toro 11a
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¿Sabias que la codorniz se relaja con Música.
------------ Publicado por: Ingrid Toro grado 11a 2018
publicado por: NICOLAS NORIEGA PLAZAS
-GRADO 11.C- FECHA 28/08/18
CHISTES -Mami, ¿a que no adivinas dónde estoy? -Hijo, ahora no puedo hablar, llámame luego. - No puedo, sólo tengo derecho a una llamada...
- Oye, ¿y tu país es seguro? - Segurísimo. Seguro que te roban, te estafan o te secuestran...
Un señor decide averiguar qué es lo que hace un empleado suyo que sale a la calle sobre las 11 y regresa a la 1 cada día. Contrata a un detective y a la semana éste le dice: - Cada día a la misma hora coge su coche, va a su casa, hace el amor con su mujer, se fuma uno de sus puros y vuelve al trabajo. - Ah, menos mal, creía que podía estar haciendo algo malo en ese tiempo. - Me parece que no me ha entendido, le voy a tutear: coge tu coche, va a tu casa...
Mama: Hijo te voy a contar una historia de miedo. Érase una vez una niña que se hizo caca encima, ¿te ha dado miedo? Hijo: No Mama: Pues a ella si Dos amigos, que se encuentran: - ¿Tu papá de que murió? - De cataratas. - ¿Lo operaron? - No, lo empujaron Dos amigos: - Ayer me llamó Laura a casa diciéndome: "Ven a casa, no hay nadie". - ¿Y qué? Cuenta, cuenta... - Pues que efectivamente cuando llegué a su casa no había nadie...
El marido, totalmente borracho, le dice a su mujer al acostarse: - Me ha sucedido un misterio. He ido al baño y al abrir la puerta se ha encendido la luz automáticamente. - ¡La madre que te parió! ¡Ya te has vuelto a mear en la nevera.
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Publicado por: Ingrid Toro grado 11a 2018
------- Publicado por: Ingrid Toro grado 11a 2018
------- Publicado por: Ingrid Toro grado 11a 2018 Pregunta Geografíca del día.
------- ------Publicado por: Ingrid Toro 11a



Publicado por: Yudi Marcela Diaz Martinez
Cristian Daniel Guerrero Cuellar 11-A
Manualidades :v
Coplas
Para mí todo es bonito
Para mí todo es igual
Soy un hombre afortunado
Que canta siempre al despertar
Para mí todo es igual
Soy un hombre afortunado
Que canta siempre al despertar
Yo no sé qué dice el viento
Yo no sé qué dice el mar
Más cuando miro al horizonte
Siempre comienzo a llorar
Yo no sé qué dice el mar
Más cuando miro al horizonte
Siempre comienzo a llorar
Al atardecer canto
Una alabanza al cielo
Más no tengo mi rima
Y entonces yo me lamento
Una alabanza al cielo
Más no tengo mi rima
Y entonces yo me lamento
Mi memoria no olvida
Más sí puedo perdonar
Cada vez que recuerdo
Mis ojos se ponen a llorar
Más sí puedo perdonar
Cada vez que recuerdo
Mis ojos se ponen a llorar
Todo mi ser ha amado
A aquel que con desprecio me vio
Aunque mis pesares yo he olvidado
Mi dolor nunca cesó
A aquel que con desprecio me vio
Aunque mis pesares yo he olvidado
Mi dolor nunca cesó
CHISTES
· ¿Qué le dice una
taza a otra? Que tazaciendo.
· ¿Qué le dice un
cuadro a la pared? Lo siento por darte la espalda.
· El dueño de una
tienda les dice a sus empleados que antes de irse que cierren las entradas. Al
día siguiente el dueño se enfada por que le han robado. -¿No os dije que
cerrarais las entradas? -Y lo hicimos, pero entraron por las salidas.
· Un hombre se tira
desde un sexto piso y su mujer también muere y entonces se encuentran en el
cielo y la mujer se alegra de ver a su marido y el marido dice: -¿pero el cura
no dijo hasta que la muerte nos separe?
· Una iguana le
dice a otra: -Hola ¿cómo te llamas? iguana. -¿Y tú? -Iguanita que tu.
· Una señora va a
un museo de arte y dice: ¿pues vaya a esto lo llaman arte? -No señora a eso lo
llaman espejo.
· Un borracho le
pregunta a otro: -¿Que es más grande, el sol o la luna? -El sol. –No, la luna
porque la dejan salir de noche.
· Tres negros van
por el desierto, se encuentran una lámpara mágica, la frotan y le sale un genio
que les dice: -Como sois tres, os concederé un deseo a cada uno. Un negro le
dice: -Yo quiero ser blanco; el segundo negro le dice yo también quiero ser
blanco; y el blanco le pide que los otros dos, vuelvan a ser negros.
· Esto es un negro
que va por el desierto y encuentra una lámpara mágica; la frota y le sale un
genio, diciendo: -Te concederé tres deseos. Le pide: -Quiero ser blanco, beber
mucha agua y ver muchos culos. Y le convirtió en taza del wáter.
· Los niños ponen
dientes debajo de la almohada para que les den dinero. Los yonkis ponen dinero
para que les traigan dientes.
· ¿Por qué
Ronaldinho baila? Porque David Silva.
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TEXTOS:
El faro
Sarah se despertó a
medianoche, se colocó una flor en el pelo y fue directamente a la habitación de
sus padres. Se sentó durante un buen rato en el lado de la cama donde dormía su
papá.
Finalmente, él se
despertó y le dijo:
—Sarah, ¿qué pasa? Aún
es de noche.
—Tú solías contarme
cómo el abuelo te llevaba hasta el
faro en medio de la noche y ahora es medianoche, y creo que
hoy deberías llevarme tú a mí.
Su padre siguió
acostado durante un largo rato y por fin dijo:
—Sí, creo que hoy es
la noche.
Se vistieron
rápidamente, subieron al auto y salieron en dirección al faro. Todo estaba
desierto. No circulaban autos y las luces de las calles hacían resplandecer la
niebla del mar.
—Cuando el abuelo me
llevaba al faro, no había luces en las calles, ni las panaderías permanecían
abiertas durante la noche —le contó su papá.
—Seguro que el abuelo
habría parado si alguna panadería hubiese estado abierta —dijo Sarah.
—Seguro que sí —dijo
su papá.
Se detuvieron y
entraron en una panadería. Compraron rosquillas y café. Eran los únicos
clientes en toda la tienda.
—Cuando era pequeño,
el abuelo solía darme a probar café, pero a mí siempre me sabía amargo —dijo el
padre de Sarah.
Bebieron un poco de
café recordando al abuelo. El café de papá estaba delicioso, pero el de Sarah
sabía horrible. Condujeron hacia las afueras del pueblo hasta que llegaron al
camino que llevaba al faro.
—El abuelo siempre
decía que había que caminar hasta llegar al faro —dijo el papá de Sarah.
—Me parece bien
—contestó Sarah.
Aparcaron el auto y
emprendieron el camino entre la neblina. Se sentaron a descansar en lo alto de
una roca mirando la playa y escucharon cómo las olas rompían contra los
acantilados. Sarah terminó de comerse su rosquilla y su papá acabó el café.
—De todas las veces
que vine con el abuelo —dijo el papá de Sarah—, nunca subimos a lo
alto del faro. La puerta siempre estaba cerrada. Tratábamos de
abrirla, pero permanecía cerrada con llave.
—Voy a intentarlo yo
—dijo Sarah.
Se acercó, le dio
vuelta al picaporte y la puerta se abrió. Sarah y su padre se quedaron mirando
con emoción aquella puerta abierta.
— ¿Y ahora, qué?
—preguntó Sarah.
—El abuelo hubiese
subido —respondió el padre de Sarah.
—Subamos entonces
—dijo Sarah.
Subieron por la
escalera de caracol. Una vuelta, otra vuelta, otra vuelta, y más vueltas, hasta
que por fin la luz del faro se reflejó en
sus rostros.
—Puedo ver el
infinito —dijo Sarah—. ¿Crees que el abuelo puede verme?
—No lo sé —le
contestó su padre.
— ¿Podrá oírme?
—preguntó Sarah. Y, sin esperar respuesta, gritó al viento:
— ¡ABUEEELOOO!
Y esperaron en
silencio.
—No creo que te
conteste —le dijo su padre.
Y en el silencio
escucharon la sirena de la niebla y miraron la bruma y el mar. De repente,
Sarah se quitó la flor que llevaba en el pelo, la misma que había guardado del
funeral de su abuelo, y la lanzó lejos, al mar.
—Cuando sea grande y
tenga un hijo, yo también lo traeré aquí una noche —dijo Sarah.
—Estoy seguro de que
lo harás —le contestó su papá.
Y cubiertos de rocío,
y envueltos en el olor a mar, regresaron a casa entre la niebla.
Fin
Robert
Munsch; Janet Wilson
El
faro – Historia de un recuerdo
León,
Editorial Everest, 2004
Los milagros también existen.
Los
milagros también existen. Paparruchadas de un viejo decrépito que llevaba más
años que yo en aquel calabozo.
En
aquel cuarto oscuro y mugriento, donde me tragué quince años. Pero ya no valía
la pena discutir con ese infeliz ni con nadie más en esa jaula de cemento.
Lo
único importante era tener presente que sólo veinte días me separaban de mi
ansiada libertad. Las cuentas estaban saldadas con esa hipócrita sociedad que
un día pronunció mi encierro.
Había
pasado una eternidad escuchando esas campanadas de la vieja capilla del pueblo.
Siempre, a la misma hora, marcándome con sus tañidos monótonos y opacos el paso
del tiempo.
Pero
ahora ya no me molestaban, al contrario las sentía cómplices de mis
pensamientos. Si de algo estaba orgulloso, era de saber que nadie había podido
quebrarme. Sólo el repicar de la campana compartía mi secreto.
¿Quién
iba a pensar que esa humilde construcción de madera y chapa, con una cruz y una
campana en el frente, iba a ocultar, en su fondo baldío, el botín de este
ingenioso hombre aún en cautiverio?
Finalmente
las puertas del infierno se cerraron a mis espaldas y mi corazón comenzó a
latir alocadamente. Sentí que el aire oxigenaba mis pulmones y un soplo de
libertad corría por mis venas.
No
había tiempo que perder, tomé mis pocas pertenencias y comencé a caminar con la
vista fija en esa cruz que se asomaba tras el follaje de los altos y dorados
álamos de la plaza.
Pero
a medida que me acercaba al lugar, mis pasos se hicieron más lentos. No sabía
bien lo que estaba pasando. ¿O mi vista me traicionaba o mi razonamiento no
podía entenderlo?
¡La
capilla ya no estaba! En su lugar yacía un templo imponente con una campana
enorme y la misma cruz en el medio.
Entré
sin pensarlo, me dirigí hacia el altar y, detrás de él, encontré una puerta. Al
abrirla, el viejo baldío ya no estaba, su lugar lo ocupaba una gran
construcción con pequeñas ventanas a los costados y un portón en el centro.
Abrí
la puerta y al ingresar me encontré con unos tablones gigantes vestidos con
manteles floreados y rodeados de sillas; detrás de ellos, yacían tres hileras
de camas cubiertas con mantas tejidas a mano de diferentes colores.
Pero
lo que más me sorprendió fue la presencia de una gran salamandra asentada sobre
una basa de cemento, justo en el centro, como separando y calentando a la vez
ambos ambientes.
Cuando
salí de mi asombro, comprendí que justo ahí, debajo de ese gran escalón de
material, estaba mi tesoro, mi botín, mi pasaporte a la felicidad quince años
esperado.
No
sé cuánto tiempo pasé arrodillado junto a ella, sin que una sola lágrima me
nublara la vista, sin que una sola parte de mi cuerpo se moviera.
De
pronto una mano templada y fuerte se apoyó en mi hombro ya entumecido.
-Amigo,
¿se siente bien? ¿Puedo ayudarlo? –me interrogó una voz cálida y apacible.
Como
pude me di vuelta y, con su ayuda, logré incorporarme.
-Soy
el párroco de esta iglesia –me dijo y agregó – Si está sólo y sin trabajo ha
venido al lugar indicado. En este templo, con la ayuda de los feligreses, hemos
construido este albergue para aquellos que necesitan un plato de comida o un
lugar para pasar la noche.
Sin
saber por qué aquel día decidí quedarme, fue como si mi destino se hubiese
jugado en tan solo un instante.
Con
los años, descubrí que aquella libertad tan anhelada la había permutado por no
sentir más la amargura de la soledad y el desamparo.
Hoy,
por primera vez, me siento satisfecho de ser un hombre confiable, tengo amigos
y un trabajo digno: encargado del albergue. Me ocupo del jardín, de las luces,
de la limpieza y sobre todo de que la salamandra no deje de brindarnos su calor
en las frías noches de invierno.
¿Será
verdad que los milagros existen?
Fin
Prof.
Susana B. González
susybgonzalez@yahoo.com.ar.
susybgonzalez@yahoo.com.ar.
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